lunes, 28 de mayo de 2012

¿Por qué las cosas buenas hay que vivirlas dos veces?

Supongo que tienes una respuesta a todas las cosas que te digo. Contraria, por supuesto. Te encanta hacerlo. Si yo digo blanco, tu dices negro. Si yo digo que ha sido divertido, tu dices que no lo volverías a hacer. Te digo que me gusta soñar, me dices que que no hay que soñar solo por haberse dormido. Quizá la mejor respuesta sea que no hayas preguntas. Que me quieras, que dejes de decir que no puedes volver por el mismo camino, no soy la misma piedra que te hizo tropezar, te lo prometo. Que dejemos de restar y dividir, que podemos sumar mucho más de lo que tu puedas imaginar.


¿Que por qué las cosas buenas hay que vivirlas dos veces?

Para estar seguro de que han sucedido. Quiero decir, igual está mal formulada la pregunta, al limitar el número de veces a dos.
Me explico. Nos quisimos, nos enfadábamos hasta que uno de los dos cedía cuando echaba de menos las manos del otro a su alrededor. No fuimos medias naranjas, éramos una uva y una manzana buscando agua desesperadamente, buscándonos el uno al otro.
Somos diferentes, quizás como los que más. Tenemos la capacidad de reírnos el uno del otro, pero no de entendernos. Y quizá es mejor, nadie me hacía reír tanto como cuando tu terminabas nuestras discusiones con un “Búscate otro perro que te ladre, princesa” y despacito, aparecías por detrás y me abrazabas por la cintura.
Muchas discusiones no tienen final, y los seres humanos estamos empeñados en buscarle siempre uno.
Teníamos también la capacidad de herirnos, y de curar las heridas con tiempo y dedicación.
En definitivamente, que no te pido que repitamos lo que vivimos, si no que nos queramos como nos queríamos. Que olvidemos lo que hemos pasado. Pero no una copia mala de un amor que no se puede copiar.
Simplemente vivir otra versión.
Que las segundas partes nunca fueron buenas, dicen.
Pues volvamos a empezar. Encantada, me llamo como tú quieras llamarme. Vayámonos a vivir una historia inolvidable, pero vayamos.


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