¿Cuál es la diferencia entre una cuerda y una soga? A priori, que
sirven para cosas distintas. Nunca podrás atar un paquete con esta última: el
nudo se desharía; en cambio, nadie puede hacerte daño estrangulándote con una
cuerda. Es por eso que os hablo de la teoría de la soga; de cómo reculamos
solamente cuando ya hemos hecho daño. El tira y afloja –el juego de la soga- es algo a lo que todos
hemos jugado de niños; y como en la vida, alguien pierde y cae. Todo consiste
en tirar, tensar hasta que uno de los dos equipos no puede más y la suelta,
intencionada o inconscientemente. En la realidad, pasa exactamente lo mismo.
Entre
dos –o más- personas se establece un vínculo y cada uno acepta un papel; al
mismo tiempo, ha de aceptar el del otro para que la relación funcione. Estos
roles son intercambiables dependiendo de la situación, pero, en términos
generales, siempre hay uno que cede; el otro: el que lleva la voz cantante. El
dominante de la relación (¿si hay un dominante, debería haber un dominado?,
¿realmente tiene sentido llamarlo así?) o, al menos, eso se dice.
En una discusión cualquiera entre dos amigos, no es extraño
encontrar argumentos de tipo sentimental. Chantaje emocional, que lo llaman.
Quieres hacer ver que el otro lo está haciendo mal, pero no te escucha. Así que
atacas, y lo haces porque funciona y porque él no se atrevería a hacerlo. El
otro crea un muro y te devuelve los ataques, que tú respondes con otros más
fuertes. Hasta que tu amigo se derrumba y suelta la cuerda. Y, como por arte de
magia, tú comienzas a sentirte mal, tan mal, que empiezas a pensar que quizá
tenía razón. Que igual te has pasado.
¡Y esas broncas con mamá en las que ella lo primero
que hace es prohibírtelo todo! ¿que quieres ir a un concierto?: no; ¿que
quieres irte de viaje?: no. Y te sigue chillando, como
una loca, hasta que te dice algo sin pensar y te duele. Por lo que ha dicho y
porque es tu madre. Es en ese momento, cuando cojeas como un cervatillo herido,
cuando te pide perdón.
¡Y las parejas! Esas que no van en serio, pero en las que uno
quiere y no se atreve a decirlo. Asiente como un robot cuando el otro miembro intenta explicar por qué estar así es bueno para los dos; repite
las últimas palabras de cada frase y se intenta autoconvencer de ello. No lo consiguen; ni él ni la otra persona, que intuye lo que pasa pero se deja engañar: le
conviene. Y sigue con la farsa hasta que el otro explota y se aleja. Es
entonces cuando va detrás como un corderito, pidiendo, por favor, que tengan
una relación seria.
¡Y aquellas que deciden seguir a distancia! Quieres hacer ver que tú eres quién lo
está pasando peor. Que el otro lo único que hace es disfrutar de la vida
mientras tú sufres por no poder verlo. Es un sentimiento absolutamente normal y
lógico: son celos. Es advertir que puede ser feliz sin ti, que nadie es
imprescindible. Una máxima que no hemos aprendido todavía y que el amor
romántico e idealizado no nos va a permitir aprender. Claro que puede estar sin
ti, pero prefiere estar contigo. No obstante, tú sigues empeñado en que lo
estás pasando peor que él. Y se lo recuerdas a todas horas.
La teoría de la soga es aplicable a una infinidad de casos. Porque
no somos conscientes de que estamos tirando demasiado hasta que el otro suelta.
Y a veces, de la fuerza que has estado utilizando, el que te caes eres tú. Por
eso después cojeas detrás del otro. Nos gusta ser el centro de atención y somos
egoístas: ¿alguien se atreve a negarlo? Queremos dejarnos querer –valga la
redundancia- pero no nos atrevemos a hacerlo. Siempre tenemos la razón hasta
que dejamos de tenerla. Y sí, somos lógicos, mucho, pero sólo una vez que hemos
dejado que suelten la soga. Cedamos antes de que la soga se rompa.